Pasar al contenido principal
El mito de la labranza

El mito de la labranza como respuesta a las malezas

Muchas de las creencias acerca de la siembra directa, la labranza vertical y los métodos asociados al cincel pueden redundar en malos manejos. Desde EEUU, algunos expertos intentan derribar viejos mitos. Aapresid hace lo propio a nivel local.
El mito de la labranza

EEUU, como Argentina y Brasil es de los países con la mayor adopción de siembra directa. Aún así y frente a las consecuencias de lo malos manejos- las malezas resistentes entre las más importantes- se siguen ocupando de concientizar acerca de los mitos de la labranza. En ese sentido, el Corn & Soybean Digest publicó recientemente un artículo elaborado en base a la opinión de los más avezados en la materia.

“Tus prácticas de labranza, ¿están justificadas por respuestas reales de los cultivos?”, preguntan a un hipotético productor.

“Las decisiones individuales de los productores sobre la elección de sistemas de labranza, con frecuencia están más motivadas por tradiciones, experiencias previas y por lo que los vecinos están haciendo que en investigaciones fundadas”, asegura Tony Vyn, Ing. Agr. extensionista de la Universidad de Purdue y especialista en sistemas de cultivo.

Vyn y otros expertos en suelo del “Midwest” norteamericano se ocupan e despejar algunas concepciones erróneas de las más comunes.

Uno de ellos, muy difundido, es aquel que dice que “la labranza vertical superficial es el compromiso perfecto entre siembra directa y labranza convencional”. Del mismo modo que otros métodos más agresivos de labranza, la labranza vertical superficial no logra destruir a las malezas. “Las enoja pero no las controla”, asevera Bryan Young, malezólogo de la Universidad de Purdue.

Otro de los mitos sobre los que suelen apoyarse muchos de los que retoman métodos de labranza establece que “lo que es bueno para mi vecino, es bueno para mí”. Sin embargo, “no hay una solución de labranza universal”, asegura Francisco Arriaga, un especialista en suelo de la Universidad de Wisconsin. “La mejor elección depende de tu tipo de suelo, terreno, operación en el lote y preferencias personales”, agrega.

Retroceder nunca. Tiempo atrás, entrevistada por La Nación, la presidente de Aapresid, María Beatriz “Pilu” Giraudo, aseguraba con firmeza que se debe evitar la remoción del suelo pese a la problemática cada vez más vigente de malezas.

Y la fundamental razón es que “el productor que recurre al laboreo debe ser consciente del costo agroambiental que implica”.

“Con la remoción de suelos se alteran y/o pierden las mejoras en la fertilidad física, química y biológica de los suelos que otorga el sistema de siembra directa. Los diferentes tipos de poros generados, los cuales son muy estables, junto con la cobertura, mejoran la economía de agua, aireación, actividad microbiana y dinámica de nutrientes del suelo. Una remoción superficial destruye lo que se formó a lo largo de varios años”, explicaba Pilu. Es mucho lo que queda de ese lado de la balanza.

Historizando, pueden hallarse algunas claves de esta vuelta a “lo malo conocido”. “La pérdida de fertilidad biológica, química y física de los suelos de la pampa húmeda durante décadas se debió en gran parte a la sobrevaloración que se tiene por el cálculo de costos y, en especial, el objetivo de maximizar el margen bruto. En estos cálculos no se valora la pérdida de productividad ambiental, y no ponerle costo a este factor invalida totalmente el resultado. El uso de tecnologías masivas, no específicas para cada situación en particular, y aplicar el criterio de cálculo de margen bruto en el cual no genera retorno incorporar herbicidas residuales de distintos principios activos y modos de acción, nos llevó a la situación actual, no sólo de difusión sino de generación de malezas resistentes y tolerantes a herbicidas a una tasa exponencial”, desarrollaba Pilu.

Cuánto se gana, cuánto se pierde. Descuidar lo alcanzado en materia de siembra directa, para paliar una situación inmediata de malezas, deriva en un costo para la sociedad toda. “El costo menor de hacer una labranza versus el control químico dentro de la tecnología de producción basada en el sistema de siembra directa responde a una situación en la que no se han realizado los tratamiento adecuados en tiempo y forma para el debido control. ¿Quién va a pagar el costo ambiental de romper esta cadena de procesos virtuosos que dan garantía de mantener suelos fértiles, agua sin contaminar y aire limpio?”, se preguntaba la Presidente de Aapresid.

Sólo una mirada sistémica del problema, nos conducirá a una Gestión Inteligente de las Malezas, respetando y cuidando activamente los resultados benéficos de los manejos agropecuarios sustentables.